a no pensar. Se puede vivir sin pensar. [1]
Primero que nada, debo declararme NO POSMODERNA, no soy. Actúo desde la negación quizás hasta absurda, pero igual niego. Es como estar posesa, se que existo y no soy. Está dentro. Me rehúso ser el reducto complejizado, confuso y agotado de una modernidad ilustrada que es ajena a mi génesis y cuyos resultados son el prioritario y avasallante crecimiento del mercado, las posesiones territoriales, las aberraciones contra la especie, la explotación-depredación sin piedad del ecosistema, el control social o la sobreproducción mediante el uso de medios químicos, bacteriológicos, la profundización de las abismales diferencias entre unos y otras, el desenfado consumista sin sentido (más bien con la intención que los dueños de medios le han dado), el control y la manipulación mediática, el cultivo de las miserias humanas, la indiferencia por la vida.
Suelto las barandas de las pre-nociones cognitivas que hasta ahora me han determinado. La primera lucha es contra una misma. Luego, la caída es vertiginosa. Porque sí, debo reconocer que estoy altamente alienada, contaminada por el veneno del proyecto único civilizatorio y de una historia y de una realidad no mía, que se abrogó el derecho a determinarme, conceptualizarme, decretarme, ubicarme. Mi mente se resiste a hablar desde los postulados de otros u otras, sin embargo hablo, y lo que es peor, pienso y analizo como ellos. Escudriño lo pasado, mi pasado el más lejano, encuentro y no hallo como recogerlo, como no pensarlo. Una sensación de vacío y ansiedad se presenta. Algo clama porque implosione el ser y deje de pensar como ellos. Deberé morir para esto. Morirá la que era. Insurgirá la que debe ser. Será solo mi yo, luego buscaré en las miradas, las palabras, los movimientos los y las iguales. Porque hay más, debe haber más.
Cada vez que intento rebelarme, desdoblarme, salirme, encuentro largos pasillos, pálidos y repetitivos, bañados por una luz amarillenta cargada de cosas que se suspenden en el pesado aire, de intentar ver la luz una se enceguece. Estos pasillos están llenos de procesos masticados por otros. Cuesta caminarlos, digerirlos. ¿Por cuál motivo he de andarlos? Cada pasillo se estrecha a medida que cuestiono, pregunto, me pregunto. Arrebata el aliento. Cada pasillo contiene cosas y gentes que me son familiares, conocidas y, quizás cuando sea la que debo ser, las desconoceré o las reutilizaré o las olvidaré. Seguramente tendrán otro sentido, razón por la cual les colgaré en alguna esquina.
Necesito exorcizar esto. Quien pueda realizar la tarea, es porque habrá encontrado la salida a los pasillos. Se habrá emancipado, encontrado. Espero que el vaho saliente producto del conjuro, no se pose en otra u otro. No es la intención resolver para dañar. ¿Será que el conjuro existe? Posiblemente sí. Estamos ante las posibilidades. Lo que derrumba la idea posmoderna de la incertidumbre pero también la moderna de la certidumbre. No es una alternativa entre dos, No. Es una opción a 360° de ambas tendencias hegemónicas y culturales. Soltando pues. Que han llegado los y las que legítimamente tienen que tomar la casa.
Suelto las barandas de las pre-nociones cognitivas que hasta ahora me han determinado. La primera lucha es contra una misma. Luego, la caída es vertiginosa. Porque sí, debo reconocer que estoy altamente alienada, contaminada por el veneno del proyecto único civilizatorio y de una historia y de una realidad no mía, que se abrogó el derecho a determinarme, conceptualizarme, decretarme, ubicarme. Mi mente se resiste a hablar desde los postulados de otros u otras, sin embargo hablo, y lo que es peor, pienso y analizo como ellos. Escudriño lo pasado, mi pasado el más lejano, encuentro y no hallo como recogerlo, como no pensarlo. Una sensación de vacío y ansiedad se presenta. Algo clama porque implosione el ser y deje de pensar como ellos. Deberé morir para esto. Morirá la que era. Insurgirá la que debe ser. Será solo mi yo, luego buscaré en las miradas, las palabras, los movimientos los y las iguales. Porque hay más, debe haber más.
Cada vez que intento rebelarme, desdoblarme, salirme, encuentro largos pasillos, pálidos y repetitivos, bañados por una luz amarillenta cargada de cosas que se suspenden en el pesado aire, de intentar ver la luz una se enceguece. Estos pasillos están llenos de procesos masticados por otros. Cuesta caminarlos, digerirlos. ¿Por cuál motivo he de andarlos? Cada pasillo se estrecha a medida que cuestiono, pregunto, me pregunto. Arrebata el aliento. Cada pasillo contiene cosas y gentes que me son familiares, conocidas y, quizás cuando sea la que debo ser, las desconoceré o las reutilizaré o las olvidaré. Seguramente tendrán otro sentido, razón por la cual les colgaré en alguna esquina.
Necesito exorcizar esto. Quien pueda realizar la tarea, es porque habrá encontrado la salida a los pasillos. Se habrá emancipado, encontrado. Espero que el vaho saliente producto del conjuro, no se pose en otra u otro. No es la intención resolver para dañar. ¿Será que el conjuro existe? Posiblemente sí. Estamos ante las posibilidades. Lo que derrumba la idea posmoderna de la incertidumbre pero también la moderna de la certidumbre. No es una alternativa entre dos, No. Es una opción a 360° de ambas tendencias hegemónicas y culturales. Soltando pues. Que han llegado los y las que legítimamente tienen que tomar la casa.
[1] CORTAZAR, Julio. Bestiario: todos los fuegos, el fuego. Casa tomada. Buenos Aires. Editorial ALFAGUARA. 2007. Pág. 16.