Recientemente, me ha tocado experimentar situaciones aleccionadoras en torno a la condición humana. ¿Cuánto o qué necesita un ser humano para hacer daño al otro? ¿Por qué algunos seres humanos asumen la intriga o el chisme como una de sus prácticas favoritas? ¿Hasta dónde somos capaces de llegar por la ignorancia, la ignominia y la envidia? Lamentablemente son preguntas que he podido ver respondidas en mí reciente experiencia de articulación con los grupos de proyectos socio comunitario y en mis actividades formativas como estudiante en la UCV.
Hace ya bastante rato escribí algo acerca del Odio y la envidia. En este escrito señalaba que “este filósofo (Miguel de Unamuno) definió, entre otros diversos temas, el Odio como ese instinto de autoflagelación, de deterioro del alma, de destrucción de toda una vida en función de la pócima que nos hace inalcanzable el estado de armonía. Las más de las veces el Odio se materializa en venganza”…. Pero, ¿Por qué alguien desataría sus miserias contra otra persona sin conocerle o tener mayor vínculo o roce frecuente? Quizás una de las respuestas pudiera ser la maldad “natural” que reina en algunas almas. La frustración al ver que otros logran la victoria a pesar de los obstáculos y sin perjudicar a nadie.
Es así que llegamos de nuevo al asunto de los elementos que componen el Odio, entre ellos la Envidia, pero ¿Qué es la Envidia? En aquel escrito de 2006 no llegué a definirla. Intentaré hacerlo ahora sin ningún tipo de apoyo teórico, sino desde la simple experiencia de vida. Decía en aquel artículo del año 2006, que “Según lo descrito por el último filósofo que hemos citado, Unamuno, en su obra “Abel Sánchez”, el odio tiene esencialmente tres elementos más que lo componen, los celos, la ira y la envidia, aderezado por la intriga”. Para los filósofos griegos, se trataba de una fuerza poderosa que era capaz de corromper, destruir y separar. Nada más certero.
¿Es Usted un intrigante de oficio? ¿Detesta Usted a alguien sin ninguna aparente razón? ¿Desea Usted confrontar a alguien sin tener justificación para ello? ¿Habla o comenta sobre la base de calumnias para dañar a Otros? ¿Desea o provoca Usted el mal en otro u otra por simple placer? ¿Está pendiente de la vida o quehacer de personas que no tienen relación aparente con su vida? Entonces es Usted una o un gran pecador a decir de los católicos cristianos. La envidia, desde la concepción teológica, es uno de los siete pecados capitales. Por ende, cualquiera de las estrategias para ejecutarla son igualmente pecaminosas.
La envidia es un impulso autodestructivo. En algunos funge como sentimiento - motor de vida, mientras que en otros como fuego que les carcome el alma, los amarga. Los seres humanos, somos de alguno u otro modo envidios@s por naturaleza. Hay quienes señalan, envidiar algo a alguien y acotan “es una envidia sana”. Nada más falso, pues tal sentimiento nunca puede observarse como inofensivo. Por el contrario, es una semilla que ha de ser delicadamente extraída de nuestro jardín, ya que en sí misma alberga prácticas, emociones y aspiraciones absolutamente contrarias a la vida, a lo hermoso y armónica que debe ser ésta. Porque además, cultiva la depresión – frustración por no tener o ser como el otro/a.
¿No han observado Ustedes el rostro de quienes tienen este impulso-sentimiento como práctica de vida? Sus rostros se desdibujan, envejecen, se tornan paroxímicos y finalmente ajenos a la belleza espiritual. Sus ojos transmiten malicia y más de las veces cuesta soportarles la mirada pues está cargada de una pesadumbre intolerable. De allí que las personas que albergan este sentimiento no puedan sostener la mirada al rostro del Otro, pues ella los delata.
En ocasiones, este terrible sentimiento impulsa prácticas perversas y delictivas, llevando al ser humano poseído por este flagelo hacía el ejercicio de la maldad. Es así, por ejemplo, que la cleptomanía es un impulso que se traduce en quitarle al otro lo que legítimamente y por propio esfuerzo no se puede tener.
Pero, retomemos el planteamiento inicial y de manera precisa ¿qué es la envidia? Según su etimología, es un vocablo latino que refiere a mirar de mala manera. Está asociado a la acción de aborrecer u odiar. Es así que el sentido de la vista es fundamental como herramienta favorita del envidoso/a, sin embargo, ¿Es exclusividad de quienes cuentan con la facultad de ver ser envidiosos u odiar al Otro? Por supuesto que no. Entonces, este impulso cuenta con estrategias que van más allá de la posibilidad de ver, tocar, oler o saborear. Supera los sentidos.
Pero ¿cómo es posible que la envidia esté más allá de nuestras facultades? Bien, supongo que es mediante la capacidad asociada de pensar, el cogito cartesiano que termina de refinarle, elaborarle. Quizás, es parte de la estructura logo céntrica de construcción del ser. Viene pues con el proceso mismo de constitución del ser humano, desde nuestro nacimiento. La capacidad destructiva contenida en el ser humano es peligrosa y debemos tener conciencia de ello. Recordemos pues la historia bíblica de Caín y Abel. La envidia del hermano, que terminó en tragedia.
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[1] JJ Benítez. Caballo de Troya (i). 2000. Pág. 362.
Hace ya bastante rato escribí algo acerca del Odio y la envidia. En este escrito señalaba que “este filósofo (Miguel de Unamuno) definió, entre otros diversos temas, el Odio como ese instinto de autoflagelación, de deterioro del alma, de destrucción de toda una vida en función de la pócima que nos hace inalcanzable el estado de armonía. Las más de las veces el Odio se materializa en venganza”…. Pero, ¿Por qué alguien desataría sus miserias contra otra persona sin conocerle o tener mayor vínculo o roce frecuente? Quizás una de las respuestas pudiera ser la maldad “natural” que reina en algunas almas. La frustración al ver que otros logran la victoria a pesar de los obstáculos y sin perjudicar a nadie.
Es así que llegamos de nuevo al asunto de los elementos que componen el Odio, entre ellos la Envidia, pero ¿Qué es la Envidia? En aquel escrito de 2006 no llegué a definirla. Intentaré hacerlo ahora sin ningún tipo de apoyo teórico, sino desde la simple experiencia de vida. Decía en aquel artículo del año 2006, que “Según lo descrito por el último filósofo que hemos citado, Unamuno, en su obra “Abel Sánchez”, el odio tiene esencialmente tres elementos más que lo componen, los celos, la ira y la envidia, aderezado por la intriga”. Para los filósofos griegos, se trataba de una fuerza poderosa que era capaz de corromper, destruir y separar. Nada más certero.
¿Es Usted un intrigante de oficio? ¿Detesta Usted a alguien sin ninguna aparente razón? ¿Desea Usted confrontar a alguien sin tener justificación para ello? ¿Habla o comenta sobre la base de calumnias para dañar a Otros? ¿Desea o provoca Usted el mal en otro u otra por simple placer? ¿Está pendiente de la vida o quehacer de personas que no tienen relación aparente con su vida? Entonces es Usted una o un gran pecador a decir de los católicos cristianos. La envidia, desde la concepción teológica, es uno de los siete pecados capitales. Por ende, cualquiera de las estrategias para ejecutarla son igualmente pecaminosas.
La envidia es un impulso autodestructivo. En algunos funge como sentimiento - motor de vida, mientras que en otros como fuego que les carcome el alma, los amarga. Los seres humanos, somos de alguno u otro modo envidios@s por naturaleza. Hay quienes señalan, envidiar algo a alguien y acotan “es una envidia sana”. Nada más falso, pues tal sentimiento nunca puede observarse como inofensivo. Por el contrario, es una semilla que ha de ser delicadamente extraída de nuestro jardín, ya que en sí misma alberga prácticas, emociones y aspiraciones absolutamente contrarias a la vida, a lo hermoso y armónica que debe ser ésta. Porque además, cultiva la depresión – frustración por no tener o ser como el otro/a.
¿No han observado Ustedes el rostro de quienes tienen este impulso-sentimiento como práctica de vida? Sus rostros se desdibujan, envejecen, se tornan paroxímicos y finalmente ajenos a la belleza espiritual. Sus ojos transmiten malicia y más de las veces cuesta soportarles la mirada pues está cargada de una pesadumbre intolerable. De allí que las personas que albergan este sentimiento no puedan sostener la mirada al rostro del Otro, pues ella los delata.
En ocasiones, este terrible sentimiento impulsa prácticas perversas y delictivas, llevando al ser humano poseído por este flagelo hacía el ejercicio de la maldad. Es así, por ejemplo, que la cleptomanía es un impulso que se traduce en quitarle al otro lo que legítimamente y por propio esfuerzo no se puede tener.
Pero, retomemos el planteamiento inicial y de manera precisa ¿qué es la envidia? Según su etimología, es un vocablo latino que refiere a mirar de mala manera. Está asociado a la acción de aborrecer u odiar. Es así que el sentido de la vista es fundamental como herramienta favorita del envidoso/a, sin embargo, ¿Es exclusividad de quienes cuentan con la facultad de ver ser envidiosos u odiar al Otro? Por supuesto que no. Entonces, este impulso cuenta con estrategias que van más allá de la posibilidad de ver, tocar, oler o saborear. Supera los sentidos.
Pero ¿cómo es posible que la envidia esté más allá de nuestras facultades? Bien, supongo que es mediante la capacidad asociada de pensar, el cogito cartesiano que termina de refinarle, elaborarle. Quizás, es parte de la estructura logo céntrica de construcción del ser. Viene pues con el proceso mismo de constitución del ser humano, desde nuestro nacimiento. La capacidad destructiva contenida en el ser humano es peligrosa y debemos tener conciencia de ello. Recordemos pues la historia bíblica de Caín y Abel. La envidia del hermano, que terminó en tragedia.
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[1] JJ Benítez. Caballo de Troya (i). 2000. Pág. 362.
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