Cuando normales y estigmatizados se encuentran frente a frente, especialmente cuando tratan de mantener un encuentro para dialogar juntos, tiene lugar una de las escenas primordiales de la sociología.[1]
Imagen: Desnuda. Dario Morales. Carboncillo.
Irving Goffman (1922-1982) se dedicó al estudio de la sociedad y la psicología social. Goffman, de origen canadiense, ha sido señalado como uno de los fundadores del Interaccionismo Simbólico. Su más grande contribución ha sido precisamente el rescate en un momento clave de la disciplina sociológica, de lo que aparentemente pasa inadvertido, lo trivial, lo ritual, lo cotidiano: la interacción de los y las individuas (en este caso normales y estigmatizados/as). Es así, como su teoría se encuentra entre dos escenarios: el social y el psicológico. De allí el uso del termino orden interactivo. Goffman, ha sido de alguna manera visto con recelo y duramente criticado por aquellos otros teóricos que consideran que la Sociología es una ciencia aséptica, objetiva y rigurosa. Y por ende su objeto de estudio es mensurable y disciplinariamente estudiado.
En este breve análisis, se pretende comprender las nociones básicas que plantea el autor con relación al estigma y su posible utilidad para entender el problema de la mujer como construcción social. Es así como se abre paso a la siguiente interrogante ¿Ser mujer, para los hombres y la sociedad en general, representa un estigma?. Simone de Beauvoir (1908-1986) filosofa, señala de manera categórica que No se nace mujer, llega una a serlo […] la civilización en su conjunto es quién elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como femenino[1]. Desde tiempos inmemoriales han existido mecanismos de interacción intraespecie que modelan la selección y clasificación de unos con respecto a otros.
En este sentido señala Goffman que la disciplina que se ha ocupado de forma intensa de los estigmas ha sido la psicología social[2], de forma precisa emite su primera noción de lo que es un estigma, señalando que se trata de la situación del individuo inhabilitado para una plena aceptación social[3]. Goffman, basa sus estudios en la revisión de casos clínicos lo que a nuestro juicio genera un sesgo en cuanto al análisis, ya que el enfoque sociológico del cual el mismo autor hará uso más adelante, observa elementos constituyentes del entorno y lo colectivo más allá del aspecto psíquico e individual propios de realidades particulares.
Los estigmas son un asunto social, pues tienen que ver con la escala relacional que rige a los distintos miembros de la especie humana. Saber cómo se van construyendo las normas que reglan dichas relaciones, cómo se establecen los roles de cada quién, cómo es que el lugar socialmente comprometido para cada organismo se encuentra preestablecido por un sentido común colectivo y casi que intangible a las estructuras simbólicas formales, son interrogantes propias del escenario sociológico.
Por otra parte, señala el autor un concepto que nos pareció importante por su utilidad en el análisis sociológico. Dicho concepto es el de información social, el cual se encuentra planteado por el autor como la información que proyecta el individuo sobre sí mismo. Todos y todas proyectamos una imagen social y culturalmente construida e interesada. Actuamos según el rol.
Los estigmas cuentan con una variedad que asombra, en tal sentido, asumiremos que por estigma se entiende marca (desde su origen etimológico). Estas marcas o signos cuentan en este caso con una objetivación negativa[4] . Lógicamente que en cuanto a las marcas corporales concretamente, hay toda una historia (Goffman llama a esto condiciones estructurales previas) que traspasa culturas y fronteras. En China a las mujeres se les obligaba preservar el tamaño del pie, llegando incluso a la castración, pues la norma social oriental señala como inadmisible que una mujer tenga un pie de un determinado tamaño. En el caso del medio oriente, tenemos por ejemplo la práctica en Egipto y África subsahariana de la infibulación en la población femenina a partir de la edad de cuatro años, con el objeto de cuidar o preservar el honor, evitar el placer y hacer más deseable el intercambio del objeto sexual que representa la mujer. En fin, para preservar una tradición cultural milenaria. En el caso de las mujeres pobres del continente americano observamos, por ejemplo, Ciudad Juárez (México) con los indicadores más elevados en feminicidios, ni hablar de Guatemala. En Europa, se aprecia igualmente la recurrencia de la violencia física y altos índices de eliminación física de mujeres. En todos los ejemplos anteriormente señalados, hay marcas o estigmas corporales, físicos, culturales y sexuales presentes en los normales tanto como en las estigmatizadas.
Las mujeres, hasta ahora hemos sido construidas desde otras voces, el lenguaje es un medio de dominación poderoso. Jean Jacques Rousseau en su libro Quinto del Emilio o la educación, nos describió como la dama de la alcoba y el hogar, sostenedora del hombre público y además reproductora de la especie. Por otra parte el Marqués de Sade nos describía, en su texto Filosofía del Tocador, como las mujeres dueñas del imperio de su sexualidad, sin inhibiciones, transgresora y ejerciendo ataques contra las instituciones sociales impuestas para la época, llegando a la degradación de la mujer e invitando al exterminio de la madre como arquetipo social. Es decir, castidad versus indecencia. Ambos valores, estigmas propios de una sociedad que guarda entre sus resquicios una práctica moral doble.
Los estigmas cuentan con una variedad que asombra, en tal sentido, asumiremos que por estigma se entiende marca (desde su origen etimológico). Estas marcas o signos cuentan en este caso con una objetivación negativa[4] . Lógicamente que en cuanto a las marcas corporales concretamente, hay toda una historia (Goffman llama a esto condiciones estructurales previas) que traspasa culturas y fronteras. En China a las mujeres se les obligaba preservar el tamaño del pie, llegando incluso a la castración, pues la norma social oriental señala como inadmisible que una mujer tenga un pie de un determinado tamaño. En el caso del medio oriente, tenemos por ejemplo la práctica en Egipto y África subsahariana de la infibulación en la población femenina a partir de la edad de cuatro años, con el objeto de cuidar o preservar el honor, evitar el placer y hacer más deseable el intercambio del objeto sexual que representa la mujer. En fin, para preservar una tradición cultural milenaria. En el caso de las mujeres pobres del continente americano observamos, por ejemplo, Ciudad Juárez (México) con los indicadores más elevados en feminicidios, ni hablar de Guatemala. En Europa, se aprecia igualmente la recurrencia de la violencia física y altos índices de eliminación física de mujeres. En todos los ejemplos anteriormente señalados, hay marcas o estigmas corporales, físicos, culturales y sexuales presentes en los normales tanto como en las estigmatizadas.
Las mujeres, hasta ahora hemos sido construidas desde otras voces, el lenguaje es un medio de dominación poderoso. Jean Jacques Rousseau en su libro Quinto del Emilio o la educación, nos describió como la dama de la alcoba y el hogar, sostenedora del hombre público y además reproductora de la especie. Por otra parte el Marqués de Sade nos describía, en su texto Filosofía del Tocador, como las mujeres dueñas del imperio de su sexualidad, sin inhibiciones, transgresora y ejerciendo ataques contra las instituciones sociales impuestas para la época, llegando a la degradación de la mujer e invitando al exterminio de la madre como arquetipo social. Es decir, castidad versus indecencia. Ambos valores, estigmas propios de una sociedad que guarda entre sus resquicios una práctica moral doble.
Suele suceder que para la mujer se han troquelado roles, se han escrito en las paredes de la sociedad funciones, espacios a ocupar y formas de comportarse, y cualquier variación en esta norma es una ruptura de la identidad social normada. En tal sentido Goffman, ratifica y señala que la Identidad Social (IS), necesaria para presentarse ante la sociedad no es más que atributos personales, valores y atributos estructurales o roles[5]. Esta IS, siempre ha creado expectativas sociales (lo que el colectivo espera), al ser defraudada la audiencia social en función del estereotipo de normalidad femenina, que es el caso concreto que nos ocupa, se cae en una polarización de la conducta: identidad real e identidad virtual en pugna. Como consecuencia tenemos que la mujer que se atreve a rebelarse contra la identidad social construida desde otras voces, pasa a ser blanco de violencia en todos los sentidos. Ocupar espacios laborales tradicionalmente concebidos para lo masculino, se traduce en el quiebre del ícono de la mujer tradicional, madre y reproductora, experta en el arte del cuido y el silencio.
La pregunta subsecuente, sería ¿será posible que la mujer, quién tradicionalmente ha sido construida por otros, pueda conceptualizarse a sí misma? Entendemos que estamos asumiendo un reto, pues tal como lo señala Rosa M. Rodríguez:
El dominado (en nuestro caso la dominada) nunca puede arriesgarse a investigar el dominio que sobre él (ella) se ejerce según un modelo caduco o insuficiente. Habrá que pensar lo femenino a la altura del momento, aunque esté fuera de moda…porque las modas también matan.[6]
Pues, ciertamente los estigmas tienen que ver con relaciones de poder y dominación. En el caso de las mujeres la marca física va en el órgano sexual, la marca social va en el troquel impuesto de madre y del que no hemos podido zafarnos, así como de reproductora y cuidadora dueña del imperio del espacio privado. También es un estigma político pues se trata de lo público; espacio que por tradición y de manera inconsciente ha sido negado a la mitad de la especie (lo femenino). Lo masculino requiere del estigma en lo femenino, pues la anormalidad de uno es la normalidad[7] del otro, tal como lo explicitó de manera magistral Goffman al citar el problema de la discriminación por color de piel. El blanco se siente superior y eleva su estimación en función del moreno, mulato, negro o chino. Confirmando lo anterior, Goffman señala que ciertamente un estigma es una clase especial de relación entre atributos, estereotipo (…) e inferioridad[8]. La situación de la mujer que no reúne el perfil del estereotipo, es de descrédito.
Pues, ciertamente los estigmas tienen que ver con relaciones de poder y dominación. En el caso de las mujeres la marca física va en el órgano sexual, la marca social va en el troquel impuesto de madre y del que no hemos podido zafarnos, así como de reproductora y cuidadora dueña del imperio del espacio privado. También es un estigma político pues se trata de lo público; espacio que por tradición y de manera inconsciente ha sido negado a la mitad de la especie (lo femenino). Lo masculino requiere del estigma en lo femenino, pues la anormalidad de uno es la normalidad[7] del otro, tal como lo explicitó de manera magistral Goffman al citar el problema de la discriminación por color de piel. El blanco se siente superior y eleva su estimación en función del moreno, mulato, negro o chino. Confirmando lo anterior, Goffman señala que ciertamente un estigma es una clase especial de relación entre atributos, estereotipo (…) e inferioridad[8]. La situación de la mujer que no reúne el perfil del estereotipo, es de descrédito.
Para concluir este brevísimo análisis consideramos, que sí aplica el término estigma al concepto de mujer pues éste, según Goffman es un término desacreditador que va acompañado de un lenguaje de relaciones y no de atributos[9]que impulsa en el estigmatizado (nuestro caso la estigmatizada) la autocompasión, la naturalización de la condición de subordinación y sujeción con respecto al hombre, y la sociedad masculina hasta llegar al autorrechazo inclusive. La o el estigmatizado se siente vulnerable socialmente y, según Goffman, para reparar un estigma se debe reparar el Yo, tema que será analizado próximamente.
Notas
[1] Simone de Beuvoir. 1977. El segundo sexo. Tomo 2: la experiencia vivida. Buenos Aires, Editorial siglo veinte.
[2] Cfr. Con Irving Goffman. Estigma la identidad deteriorada. 1963. Amorrotú Editores. Pág 7.
[3] Ibid. Pág. 7.
[4] Entendiendo por objetivación negativa de las marcas, estigmas o signos, la superación de la simple idea de rechazo o exclusión y pasando al acto concreto de selectivamente excluir, rechazar y/o condicionar al Otro estigmatizado.
[5] Ibid: 13
[6]Rosa María Rodríguez Magda. 2003. El placer del Simulacro, mujer razón y erotismo. Barcelona, España. Icaria Editorial. Pág. 15
[7] Normalidad: (Cfr. Durkheim E. Reglas del método sociológico: lo normal y lo patológico). La normalidad para Goffman, viene a estar representada por aquellos que no se apartan negativamente de las expectativas particulares que están en discusión. Por lo general la tendencia negativa a excluir pareciera natural, pues suele tomarse por encima de las cualidades el atributo negativo para anular el resto de los atributos, así sean positivos. Normal también es la sagrada familia, es el ícono de la sociedad masculina: padre, madre e hijos, cualquier mujer, madre soltera, o soltera o con conductas sexuales diferentes al troquel pasa a ser estigmatizada, por ende, anormal (Pag. 14-15 y 17)
[8] Irving Goffman. Estigma la identidad deteriorada. 1963. Amorrotú Editores. Pág 14
[9] Ibid: 15
[1] Simone de Beuvoir. 1977. El segundo sexo. Tomo 2: la experiencia vivida. Buenos Aires, Editorial siglo veinte.
[2] Cfr. Con Irving Goffman. Estigma la identidad deteriorada. 1963. Amorrotú Editores. Pág 7.
[3] Ibid. Pág. 7.
[4] Entendiendo por objetivación negativa de las marcas, estigmas o signos, la superación de la simple idea de rechazo o exclusión y pasando al acto concreto de selectivamente excluir, rechazar y/o condicionar al Otro estigmatizado.
[5] Ibid: 13
[6]Rosa María Rodríguez Magda. 2003. El placer del Simulacro, mujer razón y erotismo. Barcelona, España. Icaria Editorial. Pág. 15
[7] Normalidad: (Cfr. Durkheim E. Reglas del método sociológico: lo normal y lo patológico). La normalidad para Goffman, viene a estar representada por aquellos que no se apartan negativamente de las expectativas particulares que están en discusión. Por lo general la tendencia negativa a excluir pareciera natural, pues suele tomarse por encima de las cualidades el atributo negativo para anular el resto de los atributos, así sean positivos. Normal también es la sagrada familia, es el ícono de la sociedad masculina: padre, madre e hijos, cualquier mujer, madre soltera, o soltera o con conductas sexuales diferentes al troquel pasa a ser estigmatizada, por ende, anormal (Pag. 14-15 y 17)
[8] Irving Goffman. Estigma la identidad deteriorada. 1963. Amorrotú Editores. Pág 14
[9] Ibid: 15